La historia

Cuéntame la historia de una vez, de aquel que vino un día a casa, de improviso, sin ser esperado absolutamente por nadie. Dame los detalles de cómo fue, todos y cada uno de ellos, del tiempo, del espacio, del correr de los instantes. Dime si faltó algo, si aquella inabarcable sorpresa tuvo algún fallo, si creíste que podía ser mejorable, si solo por un segundo –aunque solo fuera uno- quisiste cambiar algo.

Cuéntame la historia otra vez. Sí. Esa historia que llevas tan dentro, esa que sacas fuera sin apenas esfuerzo aparente, esa que parece que no te cansas de repetir, esa que me hace salir por momentos de este mundo y volar contigo, con tus palabras, con tus maneras de mirar, a esa realidad que cada día vives ya desde hace tanto tiempo.

Cuéntame la historia en la que por una vez te sentiste tú. Por fin completa. Inesperadamente completa. Puesta a hacer un examen sorpresa porque sí, porque el tiempo. Tomada en plena guerra por la espalda, sorprendida. Y que aún te sorprende, que todavía no eres capaz de reconocer como tuya, como historia tuya, como realidad tuya.

Repíteme esa historia en la que un día, con la delicadeza con la que llega el otoño, con lo imprevisible de la adolescencia, con tanto tiento, él llegó. Y llegó cargado de miles de cosas para ti, que toda su vida llevaba recolectando, guardando, para darte. Fue, como siempre me has contado, la plenitud verdadera que toda persona ansía algún día conocer. En la media sombra de una mañana calurosa, me dijiste, te miró así, tan hondo, como si fuera una ráfaga de luz que todo lo inunda, y supiste que a partir de entonces nada volvería a ser igual.

Cuéntamelo, por favor. Cuéntamelo.

Cómo tú te supiste hecha para él, cómo viste inexcusable rechazar esta opción. Cómo entendiste que, aunque pasaran años, meses, eternidades, en el fondo de cualquier mirada os encontraríais. Porque, así lo veo yo, la pureza y la verdad de aquel momento solo unos pocos son capaces de encontrar, y tan solo una vez en la vida. Sabemos, tengo la seguridad de que tú lo has pensado en alguna ocasión, que es una suerte vivir algo así, tan real. Y puedo incluso tener envidia y quererlo yo también para mí. ¡Y ojalá sea! Pero por esperarlo no llegará. Porque a ti te ocurrió así, sin ni siquiera imaginarlo, sin saber ni que existía. Y fuiste dichosa. Dichosísima. Agraciada. Y él también, por encontrarte, por mirarte, por la mirada que supongo obtuvo de ti.

Os tuvisteis unos microsegundos. Una bocanada de aire capaz de mantener un alma con vida durante toda la eternidad.

Cuéntame la historia otra vez. Cuéntamela. Cuéntame la historia del día en que te enamoraste.

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